La verdad es
que Teo siempre fue perezoso para decidirse en todos los aspectos de la vida,
por lo que reunirse con los antiguos compañeros del colegio no iba a ser menos,
podría decirse que llevaba medio siglo planteándoselo. Sin embargo el incesante
bombardeo de email, llamadas a fijo y sms a móvil por parte del comité
organizador, lo habían ayudado bastante en su decisión, por ello ni corto ni
perezoso se encaminó aquella templada mañana de junio a una calle cuya ubicación
desconocía la mayoría de sus compañeros a pesar de su céntrica situación y no
menos popular historia.
Cuando atravesó el umbral del restaurante detectó que no era
el único al que el paso del tiempo había transformado en un cincuentón de
infantiles pretensiones. Volver a descubrir quienes estaban detrás de aquellas
caras ligeramente arrugadas y levemente canosas era un juego psicológicamente
peligroso de falsas pretensiones. Volver a ser niños camino de la jubilación no
es algo fácil de asimilar y saber llevar, por ello tuvo que huir de la tormenta
de recuerdos que de repente se le vinieron encima entre tristes y melancólicos,
entre positivos e inolvidables.
Para todo eso no encontró mejor manera que pedir una cañita
de cerveza, que entre saludos y gestos indefinidos lo llevó en volandas a una
larga mesa de apretadas
posiciones. Mientras sí, mientras no, paté caramelizado junto a langostinos
barbudos, para terminar con solomillos albondigoformes y pastel de chocolate---
que no todo el mundo supo entender---, dieron paso al brindis, discurso,
regalos, placas, café, puro y gran infinidad de copas aderezadas por las más
variopintas conversaciones, repletas de momentos estelares, de héroes casi
siempre sin testigos, de anécdotas dignas de la mejor novela picaresca.
Teo y su recién recuperada peña vivían de esta forma el momento estelar del
recuerdo y la melancolía de un tiempo perdido para siempre pero feliz en el
pasado y en el presente. Ya lejos de la comida, despreocupados por su contenido,
sabor, cantidad y calidad, desinhibidos por el número de comensales y su
ubicación, alejados del control rígido y encorsetado del protocolo y la
organización.
Desde la atalaya de la tertulia y la amistad la tarde se fue
diluyendo entre buenos deseos y parabienes. Desde la masiva interpretación de "sinforosa"
hasta ese momento habían transcurrido, como quien no quiere la cosa, casi tres
horas y el esperado, deseado y compartido día tocaba a su fin. Sirviéndose otro
ron con hielo, Teo notó que alguien se acercaba por su derecha, miró y vió con
sorpresa a un antiguo compañero que en el colegio le fue tremendamente odioso e
insoportable y por el que en esa comida y esa tarde había sentido una ternura
infinita, un estar en deuda inexplicable y en definitiva una amalgama de
sentimientos encontrados.
--- ¡Teo!--- dijo el antiguo compañero con vehemencia
--- Sí, dime--- contestó este
--- ¡¡Cuéntame cómo pasó!!...............................
Cristóbal L. Moya-Angeler Pajares
/ 6 de Junio de 2008